Doctor en medicina y filántropo. Nació en Santa María de Certénoli, cerca de Chiavori, en Italia, en 1826. Fueron sus padres don Juan
Bautista Cademártori y la señora Hipólita Costa. Hizo sus primeros estudios en el Instituto de Génova. Cursó ramos superiores en esa misma
ciudad y en 1846 se graduó de bachiller en ciencias naturales. Adicto a la medicina, efectuó un viaje de estudio a las principales provincias
del Asia para observar su estado sanitario. A su regreso terminó su carrera profesional científica, titilándose de médico y cirujano. En 1858
se trasladó a América y arribo a las playas de Chile, permaneciendo corto tiempo en Valparaíso. De ese puerto pasó a Constitución y de aquella
ciudad marítima, se dirigió a Talca, donde se radicó de modo definitivo. Graduado en la Universidad de Chile, ejerció su profesión humanitaria
prodigando su ciencia y su caridad a todos los que necesitaban su generosa ayuda. Nombrado médico de ciudad, se hizo estimar más aún por el
celo con que desempeñaba sus funciones. En 1868 volvió a Europa, en viaje de salud, pues las tareas profesionales y su abnegación habían
quebrantado su naturaleza. A su regreso, el pueblo de Talca se fue a recibirlo en las márgenes del río Lircay, en señal de cariño y de respeto
al filántropo. En 1870 fundó el Club Musical. En 1874 fue nombrado profesor de higiene del Liceo. Diversas comisiones, de carácter social,
desempeñó en su vida, pero fue la primera de todas ellas la de asistir a los enfermos pobres con la mejor buena voluntad, dejándoles dinero
para la dieta y la botica. Su filantropía no tuvo límites y por ese espíritu de humanidad tan hermosos que lo guiaba, fue popularmente querido
en aquella ciudad. Falleció en Talca, el 19 de junio de 1878, y jamás duelo alguno fue más general y más noblemente guardado que él de su
pérdida por aquel pueblo agradecido. La prensa tributó los más honrosos homenajes a su memoria y en el cementerio de esa ciudad se erigió un
monumento en su recuerdo. Su vida fue de dulce bien a los desgraciados, enjugando lágrimas y consolando corazones afligidos por el dolor. Yo
me siento conmovido al narrar sus actos de ternura, porque sé que el infortunio no tiene amigos, y cuando se encuentra una alma delicada que se
hermana en el dolor con el que padece, se curan las heridas que han inferido la desventura y la adversidad.