Luego que el río Maipo buscara su curso actual en el invierno de 1899 y desapareciera el archipiélago,
quedaron los brazos del caudal que rodeaban la docena de minúsculas y medianas islas cubiertos de piedras y
con sus lechos secos o con pequeños esteros que en las riadas por los deshielos o temporales se convertían en
peligrosos torrentes. De ese panorama apocalíptico nació el prestigio vitivinícola que tiene Isla de Maipo en
la actualidad y esto se debe al esfuerzo de ciudadanos europeos, especialmente italianos y españoles que
trajeron en sus valijas la tecnología del viejo mundo para aplicarla en esta tierra, la que hasta entonces, sí
ya contaba con excelentes parrones en cada vivienda para el uso y consumo familiar y más de algún cuartel de
viña a pequeña o mediana escala.
(...) Cuando corría el año 1920 se empezó a plantar las parras en hileras con el fin de aumentar la producción
tanto del chacolí que hacia furor, como de la uva que competía con las peras en calidad, y de todas partes se
pedían remesas para degustarlas. Los vecinos Alejandro Mesa, Custodio Aliste, Bernardo Cortes, Luis Rodríguez,
Marcial Navarro y la familia Arbea fueron los pioneros en plantar viñas de importancia en sus propiedades a
fin de cumplir con la creciente demanda.
(...) para quienes venían de los países europeos destrozados por el flagelo de la guerra buscando refugio en
América con la esperanza de rehacer sus vidas, nada era imposible y quiso el destino que llegaran a La Isla
buenos vinicultores de Italia, España y más de algún alemán, francés o suizo como los señores Atilio
Campumassi, Enzo y Mario Bartolucci, Celsi, las familias Bertero, Pavone, De Martino, Martíni, Canepa,
Schiapacasse, Olave, Gil, Planella, Velasco, López entre otros, formando un verdadero regimiento de
viñateros europeos que en definitiva cambiaron en un ciento por ciento el paisaje isleño al ir lentamente
plantando viñas en los cursos secos del Maipo. (...)